9 de mayo de 2016

Los gustos y los antepasados, Roberta Iannamico

Había nacido para ordenar piedras.
Una sobre otra.
Hileras perfectas.
Canteras sin sembrar; dolorosos muros antiviento.
En la mitad del trabajo
sus ojos se escapaban tras alguna bandada.
Pero alguien siempre le recordaba
que las piedras eran más importantes.
Se animó una vez.
Y sus pies fueron entonces inalcanzables.
Selvas caleidoscópicas con tribus bailarinas,
resignados desiertos de sol,
pueblos hogares,
montañas con cumbres caracoleras,
el mar.
Pero un día necesito volver.
Su generación no lo comprendió
y lo condenaron a seguir ordenando piedras.
Entonces aparecieron alas en sus pies
y algunas de sus plumas volaron y volaron
por el laberinto sin memoria del tiempo
y llegaron hasta mí.



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