9 de agosto de 2009

Corazón de mudanza, Javier Castañeda

Interesante reflexión del periodista Javier Castañeda en La Vanguardia. En este blog he escrito algunas reflexiones parecidas como 2007. Podéis leer la columna original haciendo clic AQUÍ.



Corazón de mudanza

Siempre me gustó el título de esta canción de Tontxu. Quizá porque cuando veo un camión de mudanzas, con las cajas apiladas y los muebles despegados de sus habituales paredes, pienso en las piezas de un puzzle deslavazado. Aunque ni todas las mudanzas implican que algo se rompa, ni necesariamente suponen un cambio de casa. Hay mudanzas de vivienda, pero también de trabajo, de ciudad, de amigos, de pareja, etc.

En principio, esto de las mudanzas puede parecer sencillo, pero no lo es tanto. Sobre todo porque suelen tener un fuerte componente afectivo, sea la mudanza de lo que sea, que no siempre es fácil de digerir. Por otro lado, también suelen propinar una buena dosis de vértigo o de pánico al cambio. Pero en tiempos neonómadas, donde cada vez los paisajes son más efímeros, suele ser de agradecer cultivar el desapego, pues estamos casi obligados a aceptar una vida in itinere. La cara positiva del cambio suele ser algo a menudo inesperada; y quizá precisamente sea ese factor sorpresa lo que impide con claridad las ventajas que supone una variación en los elementos esenciales que sustentan al ser. Por eso suele primar la dificultad de adaptación –o el miedo inicial- a ese futuro incierto que nos aguarda tras cambiar.

Lo ilustraré con tres ejemplos personales que han ocurrido recientemente y que me han hecho reflexionar sobre la capacidad -o no- de los individuos para aceptar los cambios. El primero de los casos es el de un conocido que, tras siete años, rompe su relación con su pareja. En años de juventud tanto tiempo parece una eternidad y, al enterarte, una primera reacción casi inevitable es dar el pésame por la ruptura, ya que, al irse al traste una relación, con ella desaparecen todo tipo de sueños e ilusiones ligados a ella, como son tener una casa, hijos, un futuro común, etc. Pero puesto que la voluntad de ambos componentes era buena, y en todo momento primó el respeto y el cariño hacia lo mutuo compartido –ya sé que por desgracia no es lo más frecuente- la separación no fue ni muy compleja ni traumática. Tras ello, lo que parecía –o suele interpretarse- como desgracia, ha resultado traer buenas nuevas. Uno ha encontrado ya un nuevo amor y claro, está radiante. El otro, ha sabido mirar adelante con optimismo y tiene una nueva casa con la que ha ampliado su círculo de relaciones. El halo del cambio también le ha invitado a cambiar de oficina y mejorar en muchos aspectos. Es un cambio de pareja que ha traído consigo una renovación personal y laboral.

Otra conocida en cambio, que quizá sin saberlo vivía constreñida por el peso de los años y de muchas ilusiones no cumplidas, ha empezado por un cambio de vivienda y podría decirse que, al renovar su espacio vital, ha activado ciertas rutinas que le han permitido ampliar también su horizonte en otros aspectos. Tras un muy positivo cambio de vivienda, diría que se ha atrevido a mirar con mayor fuerza o energía renovada su vida y, tras muchos años de pasar por situaciones bastante ingratas –laboralmente hablando- a dar un salto cualitativo y apostar por un trabajo a su medida. Contra todo pronóstico, su nuevo espacio ha actuado como catalizador de sueños y le ha insuflado el valor suficiente como para mandar a su antiguo jefe –que le hacía la vida imposible- a hacer gárgaras, para atreverse a intentar encontrar algo mejor. Además, y puesto que se siente más reconocida por sus méritos profesionales, ahora también se permite tener sueños que cumplir en otras facetas –como el encontrar una pareja- cosa que quizá no se había permitido hasta la fecha. En este caso es un cambio de casa el que ha propiciado un cambio de trabajo y hasta de estatus amoroso.

El tercer ejemplo no tiene final feliz. Al menos no de momento, pero creo que no tardará en llegar. Es un caso de mera insatisfacción personal, de crisis –en sentido de revolución- en el que alguien siente que ha de cambiar de trabajo y de lugar de vida. En este caso la dificultad estriba en desatar los lazos afectivos que se han ido creando durante años en una ciudad, para pasar a otro entorno nuevo, virgen y desconocido en afectos; ya que el nuevo trabajo implica un cambio geográfico. Este es un caso de los que podríamos llamar "de ida y vuelta" puesto que, pese a tener muchas ganas de cambiar de ciudad y hasta de trabajo, al llegar al destino soñado –en el que erróneamente se presume que todo será perfecto- los problemas del nuevo destino hacen valorar doblemente el espacio abandonado e invitan, con gran premura, a volver casi a cualquier precio. Es un caso de cambio de espacio que, por inadaptación al nuevo, implica un retorno inmediato, pero que enseña a valorar todo lo que antaño se tenía.

Estos son sólo tres casos aislados –y muy brevemente resumidos- y que no tienen mayor valor que el anecdótico. Pero la reflexión que se puede sacar de estos pequeños trazos de vida elegidos al azar, es bastante potente. La capacidad de cambio de una de nuestras principales coordenadas vitales es tan grande y transversal que, queramos o no, influirá en el resto. Y pese a que muchas veces nos cuesta afirmar si es ya o no, cuesta tener presente los distintos aspectos positivos que todo cambio conlleva. Pero como suele decirse, cuando una puerta se cierra, otras se abren. Y puesto que no hay nada más efímero que nuestra propia existencia, quizá sea mejor aprender a soltar y no aferrarse mucho a nada; a conjugar con soltura los distintos tiempos del verbo cambiar y, sobre todo, a no asociar automáticamente un sentimiento de pena al ver pasar, un corazón de mudanza.

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