23 de diciembre de 2008

Agricultura de precisión, Flavia Ricci

Ropa, muebles, una cama para dos que sobraba, un lavarropas: varios objetos que llegaron a Tres Arroyos por si acaso terminaron quién sabe dónde, pero no en mi nuevo hogar, donde entorpecían la nueva vida que decidí comenzar. No, no sé nada de tu agricultura de precisión, no sé nada de ingeniería industrial y suena hasta raro que haciendo lo que hago esté viviendo en Tres Arroyos.

Mientras observo los nuevos códigos de gente con la cual no interactúo como habitante desde 1994, me sorprendo: aquí la palabra vale, los tiempos son de 10' para ir de un sitio a otro, hay fiado y no hay tantas rejas ni alarmas. Pero lo que más me conmueve es la bondad: entrar en un quiosco de un barrio y ver que las cosas se agrupan intentando llenar la estantería, un poco como cuando yo era pequeña y sacaba una silla a la vereda y les colocaba a mis juguetes un pequeño cartelito con el precio de cada uno y la ilusión de que alguien me lo comprara. El "buenos días" distendido, la siesta después de almorzar, las tiendas que cierran al mediodía y el saludo a los vecinos.

Tengo un par de gallos como vecinos, que me saludan cantando todo el día, una palmera en el fondo de mi jardín, gatos que se entretienen lamiéndose las patas y mirando hacia mi casa, gente que tiene habilidades que desconozco.

No, no sé nada del sorgo, del trigo ni de la soja. Mucho menos de manejar una cosechadora, ni de arar, ni de las tolvas y los silos. Soy una analfabeta que proviene de las grandes ciudades y a la cual el campo le es desconocido y a la vez fascinante.

Pero enseñame, enseñame con esa firmeza que tiene la gente que sabe que con la naturaleza no se pacta, con esa paz de saber que no hay prisas, con esa magia cada vez que te brillan los ojos mirando el horizonte y tomando tus mates amargos. Algo sé de montar a caballo, claro que mucho, muchísimo menos que vos. Yo vengo de un mundo de profesionales y allá donde he ido jamás he estado en la naturaleza porque no la había. Tres Arroyos partido en dos: los de mi bando y los del tuyo. Los que ignoramos que hay mucho, mucho que aprender allá de tu lado.

Después te ponés un traje, salís en coche y sos uno más en Buenos Aires. A mi lado, que te miro fascinada. Y ahí yo soy local: conozco los vericuetos. Los dos con las notebooks y wi-fi, los dos en Puerto Madero, los dos en discotecas. Ojos azules, desde ahora y en adelante.

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