30 de octubre de 2016

Listas, Flavia Ricci

Ella prepara listas previas para mostrarme su ciudad. Ella elabora salidas. Y entonces las mañanas quedan pobladas de museos, parques, sol, de café y caminatas. Y nunca falta el río, que no es necesario explicar. Porque yo me escapo de su mano y sus listas caminando despacito por su calle empedrada. Y llego, siempre con su mano con la mía, hasta ver esa inmensidad que me da paz. Y permanezco, como se permanece cuando una está segura. Miro hacia las islas y permanezco casi hipnotizada. Y quizás me escape de esa lista que ella ha elaborado. O se nos haga tarde para. Pero entonces, siempre de su mano, camino bordeando el río, mirándola. Y subo las escaleras de ese parque. Escaleras infinitas. Y vuelvo a mirar el río por detrás de su cara. Y llegamos a los silos. Y quizás tomemos algo. Y recuerdo la primera vez que me habló de esos túneles. O de Pichincha. O que fuimos a La Florida. O de nuestro bar. Intento seguir su lista de lugares mágicos por descubrir. O revisitar. Pero es tanto lo que siento cuando ella está junto al río, conmigo, que me detengo en ese tiempo que parece infinito. Pero ella prepara listas. Y a veces me dice que cuando marcho nos faltó recorrer esto o aquello. Y yo la miro, casi sonriendo. Y siento que con tanto por delante, lo nuestro es tranquilo y convincente como el río, que a nuestro lado, fluye. Pienso en todo eso, mientras ellla hace crucecitas en su lista de sitios mágicos inconclusos.